Derek Redmond en Barcelona 92 enseñó que la épica también sabe de derrotas. En su carrera siempre le acompañaron las lesiones desde muy joven, hasta pasar por el quirófano en 18 ocasiones. En los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992, cuando era uno de los favoritos para ganar la medalla de oro de 400 metros, se lesionó en las semifinales el tendón de Aquiles.
El arranque por la calle 5 fue perfecto, y con los 100 primeros metros cubiertos, ya asoma por una cabeza que dominaba el campeón olímpico, Steve Lewis. Había ganado su serie en la fase de clasificación y aquí también era favorito. Un año antes, en los Mundiales de Tokio, Redmond había sido parte del equipo británico de 4x400 que había derrotado a Estados Unidos en una de las mejores carreras de la disciplina que se recuerdan.
Pero algo se rompió a mitad de camino. Redmond frenó en seco y se echó la mano a la parte posterior del muslo derecho. Hincó la rodilla en el suelo y dos oficiales de carrera se acercaron a ofrecer asistencia. Ignorando su ayuda, el velocista británico se levantó y avanzó cojeando, con el rostro inundado de dolor. Un tercer árbitro intentó pararle, también sin fortuna. Tenía que terminar la carrera.
Su padre, Jim Redmond, forcejeó con la seguridad de la pista hasta que logró alcanzar a su hijo. Cogidos del hombro, continuaron unos metros hasta que Derek rompió a llorar. «Pasara lo que pasara, tenía que terminar y yo estaba allí para ayudarle», explicaría su progenitor.
Con las cerca de 60.000 personas que llenaban Montjuic aplaudiendo en pie, padre e hijo cruzaron la meta. «Empezamos juntos su carrera y creo que debíamos acabarla juntos», sentenció Jim Redmond, sabedor del triste futuro que esperaba a su hijo. Derek Redmond fue descalificado, pero la actuación que acababa de cerrar entre lágrimas quedaría en el rincón de las derrotas más hermosas.
Finalmente, esta lesión le retiró del atletismo profesional para siempre.
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